lunes, 24 de noviembre de 2008
La hora punta
Un triste día del mes pasado tuve que levantarme a eso de las 8 de la mañana para ir a trabajar. Normalmente me levanto a las 9 para llegar tranquilamente a unas civilizadas 10 de la mañana (margen de error: más 15/30 minutos, nunca menos).
Total, que a las 8 y media de la mañana salgo a esas calles de Dios y ¡no puede ser! Millones de gentes por todos lados, centenas de atascos en todos los cruces, miles de personas metidas en lentísimos autobuses, toneladas de apretujones en atestados metros... Las calles se convierten a esas horas en una inmensa red de cloacas infectas que canalizan lo peor de los seres humanos: estrés, sudores, esfuerzos, depresiones, odios, prisas, malos humos, mal café, mala leche... ¡Qué asco!
¿Quién dijo que el proletariado ya no existe? ¡Todos esos son proletarios! Toda esa gente que tiene que sufrir esas condiciones a diario para ir a trabajar, y ellos sí que merecen una revolución mundial.
Pero todo el mundo parece estar ya metido en la burbuja y no son capaces de ver que son la hez del mundo laboral. Todos los directivos, millonarios, prebostes y demás que se tragan todos los días la hora punta, de la manera que sea, no son más que pobres proletarios, tristes oprimidos y lamentables víctimas de un sistema inhumano, y ¡ni siquiera lo saben! ¿En qué momento absurdo de la historia la gente empezó a valorar estupideces como el tamaño del despacho, la cantidad de dinero que les sobra o la asunción de responsabilidades? ¿a qué edad las personas abandonan la cordura de sus valores infantiles por la demencia de la madurez?
Porque de los que ni siquiera ganan una pasta o mandan en sus trabajos, de esos me da miedo hasta hablar; son el cuarto mundo como mínimo, son la vanguardia de la indigencia intelectual, filosófica y vital más increíble de la historia. ¡Esto es clasismo bien entendido!
Creo que mis prioridades han cambiado desde que ese día tomé contacto con esa asquerosa realidad: ya no me importa el dinero, no me importa ascender, no me importa el trabajo en sí... sólo quiero trabajar en el centro de la ciudad (a un agradable paseo de donde vivo) y, sobre todo, tener un horario que me permita no soportar la hora punta jamás en mi vida.
Quiero volver a querer ser vaquero, por ejemplo...
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2 comentarios:
Gladius, ha olvidado usted un pequeño detalle: los proletarios son feos, y de alguna manera hay que evitar que manchen visualmente nuestra bella ciudad, para que nosotros, los profesionales liberales, no tengamos que ensuciar nuestros delicados ojos.
Y no cojas el metro porque flipas.
es más, ¿por qué leches la hora punta tiene que ser a esas horas inhumanas?
¿quién fue el listo que pensó los horarios de trabajo? desde luego, le faltaba sexo -nocturno, al menos- y le sobraba mala leche
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