miércoles, 27 de febrero de 2008

La inescrutabilidad del casual


O sea, que en qué puede acabar una maldita casualidad. Pongo un ejemplo: Va un crío chino de hace unos miles de años, está haciendo garabatos en una corteza con un palo carbonizado, de repente, ve un oso panda abrazado a un árbol y empieza a pintarlo. El oso, a los 4 minutos y medio, se cansa de rascarse y se larga. El crío chino, de intenciones poco firmes, pero con el suficiente orgullo para no dejar las cosas inacabadas y con prisa por cambiar de juego, completa el dibujito por el primario procedimiento de cerrarlo. Vale, ha nacido el Ying-yang.
Luego, el listillo de la aldea, el típico ocioso vendemotos que no tiene nada más que hacer, se encaprichó del dibujillo, lo reprodujo con más habilidad y empezó a atribuirle simbología y razones que la razón no entiende sino a medias, pero que la experiencia corrobora sólo la mitad de las veces, la otra mitad siempre es al revés, pero no siempre, por eso los puntos... y siempre así. La cosa acaba en el mayor icono universal del relativismo (ambigüedad simplona, pero más técnicamente dicho) y con un barniz oriental que te cagas de profundo y cool (históricamente cool, a ver si nos creemos que las cosas guays son un invento actual).
El panda, el crío y el Ying-Yang: como la manzana, Newton y la gravedad, pero sin ciencia alguna detrás y cargado de metafísica naturalista, que es como la metafísica trascendental, pero de a pie.
Las medias tintas elevadas a los altares: de coña.
Y sí, la historia del chinito es totalmente cierta.

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