jueves, 14 de febrero de 2008

El ciclo de los tontos 1: Estado de la cuestión


Cuando somos pequeños, tenemos una habilidad social que -estoy seguro- es instinto de supervivencia puro: entre los niños de nuestra edad, distinguimos perfectamente a los tontos de los que no lo son, y además, una repugnancia visceral, impregnada de vergüenza ajena, nos impide hacer buenas migas con ellos. No estoy hablando de deficiencias, sino de personas supuestamente normales que son tontos del bote, el típico que está ahí y que no da para más.
Pero la edad, los convencionalismos sociales, la estúpida tolerancia y una mal entendida sensatez, nos impiden largarlos a un continente lejano a ver si, entre todos juntos, encuentran la manera de involucionar y acabar desapareciendo. Inglaterra lo hizo en su día con los criminales en Australia, pero la idea no parece haber prosperado para otros colectivos. Una pena.
Pero no sólo no hacemos eso, (que redundaría tan positivamente en nuestra historia como especie y, sobre todo, en nuestra vida diaria) sino que los aceptamos entre nosotros, les damos un lugar en la sociedad y hasta en ocasiones ¡les damos poder!
Tanta incoherencia y falta de criterio tenía que tener sus consecuencias. Y ya lo creo que las tiene.
Partamos de una base indiscutible: un tonto, es tonto en todas y cada una de las facetas de su vida. No hay ninguna razón lógica, científica ni empírica que apoye la teoría de que puede ser listo en alguna cosa alguna vez.
Y otra premisa cierta al 100%: un tonto nace, crece, se reproduce y muere tonto. Todo su camino por el mundo y la vida se inscribirá en los niveles más bajos de la inteligencia, recordándonos constantemente nuestra ascendencia primatoide.
Todo esto nos lleva a darnos cuenta de que alguien que era tonto en el cole, lo va a seguir siendo ahora, y que si alguien lo es para una cosa, también lo será para el resto. Es así de duro y de claro (por suerte): Los tontos constituyen una realidad absoluta y fácilmente reconocible.
Además, se da una circunstancia sociológica en su nada sofisticado comportamiento: Se buscan entre ellos, prefieren la compañía de sus iguales, se soportan unos a otros. Podemos decir con toda seguridad que “tonto llama tonto”.
Esto no sería muy grave para la humanidad, si no fuera por la inexcusable ausencia de gestión de las inercias de los tontos por parte de nosotros, los listos.
En próximos capítulos, continuaremos ahondando en esta tragedia que corroe nuestra sociedad.

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