martes, 19 de febrero de 2008

“¡Fuera de mi cueva! ¡A la puta estepa!”


Estos gritos retumbaron más de una vez de cueva en cueva, Neolítico adelante. La cosa es simple, todo lo referente a la pubertad es demasiado horrible como para ser una casualidad de la naturaleza o la evolución: es la herramienta natural para la emancipación de los hijos, y para la liberación para los padres.
Un pobre neandertal, que por desahogo de sus bajos instintos (en aquel tiempo aún altos y honorables) acaba con una neandertala gobernando su cueva y pariendo neandertalitos, se encuentra con que, tras cazar, pescar y recolectar como un esclavo durante 12 años para mantener toda la ralea de mocosos greñudos que llenan su covacha (si es que no le entró una luz de raciocinio evolutiva y se cambió de cueva mandándolos a todos a freír monas), se encuentra con que el mayor, el que por fin empieza a poder colaborar en el tajo, ahora le da por empezar a tocarle (y tocarse) los huevos.
Llega a la adolescencia y todo le parece mal: la cueva, sus padres, sus hermanos, la comida, las pieles, el sol, la lluvia, lo mucho, lo poco, lo frío, lo caliente, lo que sí y lo que no. Y además, le asoma una vena funcionarial e inicia un desvergonzado asalto a la Sagrada Sopa Boba. Por no hablar de la mierda de pintadas con las que habrá enguarrado toda la cueva, el muy “artista”.
¿Y qué sucede? Pues que los sufridos (pero más listos que hoy) padres de la época, largan al puto imbécil sangre de su sangre al frío exterior. Fuera de la cueva. A buscarse la vida, a caer en las redes de otra estúpida adolescente que lo esclavice a cambio de apaciguar sus hormonas.
Y gracias a tan sabio y justo acto, las generaciones se van sucediendo tranquilamente. Pero hoy día olvidamos muy fácilmente las enseñanzas de nuestra historia y de la naturaleza, y seguimos empeñados en anular las herramientas que nos han hecho la especie dominante del planeta.
Así, sustituimos el terapéutico “a la puta calle” por leyes que protegen a los parásitos hasta los 18 años (lo digo por conocimiento de causa), nos gastamos los recursos en psicólogos para ese pedazo de imbécil de 15 años, nos volvemos locos intentando domar algo genéticamente rebelde y, encima, nos sorprendemos de que todo salga mal.
Por favor, volvamos al redil de la evolución y abandonemos el irracional camino emprendido desde la nefasta Ilustración dieciochesca. Es pan para hoy y hambre para mañana.
¿Es que sólo lo veo yo?

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