martes, 27 de octubre de 2009

La verdadera globalización


En general, siempre que se oye hablar de globalización, la gente inmediatamente piensa en McDonalds, Nike, U2, Procter & Gamble, cine americano y demás emporios multinacionales que “imponen y uniformizan los usos, costumbres y modos de vida en todo el planeta a su conveniencia”.

Bueno, pues en realidad la verdadera revolución que supone la globalización, no es la expansión de las grandes marcas capitalistas, porque a fin de cuentas eso no es algo nuevo y existe desde que nació el comercio, siempre a la escala que las comunicaciones permitían. Lo que sí es nuevo en esta época, es casi lo contario: el acceso de las pequeñas manifestaciones culturales, de los productos de alcance únicamente local y de las más diminutas iniciativas comerciales, a la red mundial del comercio y el transporte casi en las mismas condiciones que los tradicionales dominadores del sistema.

Para entendernos: que si una ama de casa de un barrio de Teruel puede ir a la compra y volver con pasta tailandesa y parmesano italiano para el primer plato, pescado senegalés para el segundo, un mango dominicano para el postre y té marroquí para mojar pastas indias a media tarde, es gracias a la globalización.
Que si yo puedo ir a cualquier Corte Inglés de Madrid a por un queso gallego de Arzúa para cenar, es gracias a la globalización.
Que si cualquiera puede ir a cualquier bar y pedir mojitos, caipiriñas, cervezas alemanas... y no conformarse con un chato de vino y un anís, es gracias a la globalización.
Que si todo el mundo viaja a destinos exóticos cada cual más raro, a comprar artesanía y productos autóctonos mientras pone a parir la globalización, es porque sabe de ellos gracias a la globalización.
Que si yo puedo seguir la competición nacional de ping-pong japonesa si me da la gana y como si estuviera allí, es gracias a la globalización.
Que si mi amigo antiglobalizador se puede ir a un concierto antiglobalización de un grupo libanés, otro indio y otro boliviano en Málaga, es gracias a la globalización.

Por lo tanto, aquellos que abominan de la misma, que le pregunten a la infinita variedad de pequeños productores repartidos por todo el mundo que jamás soñaron esa difusión comercial para sus mercancías, a todos los que por todo el mundo viven del turismo y los viajes del resto del mundo, a todos los que encuentran en la expansión de las multinacionales puestos de trabajo, mejores comunicaciones, estabilidad económica y progreso en general, a todos los artistas, escritores, cantantes... que pueden llevar y recibir influencias culturales por todo el mundo, que les pregunten a todos ellos si prefieren dar marcha atrás a la maquinaria globalizadora (adelanto que la pregunta es estéril: esto no hay quien lo pare, pese a quien pese).

Todo esto es lo que supone la globalización de verdad.

¿Quieren encontrar un ejemplo de territorio que sobrevive fuera del mundo globalizado? Miren hacia Corea del Norte y si tras esa mirada siguen odiando la globalización, ¿por qué no abandonan todos los hábitos que la favorecen? Es sencillo: regresa uno al pueblo de sus abuelos, se encierra en una casa de aldea a cultivar nabos, los cuales renunciará a venderlos más allá de la feria semanal, conduce coches fabricados en su comarca por marcas oriundas (si no existen, siempre encontrarán carros de bueyes o similares) y se visten con ropajes autóctonos. Y que curen a sus hijos con medicinas del curandero de la comarca, a ver cuánto les dura la estupidez. Esto no es demagogia, no empecemos; es sólo la receta adecuada a un postulado idiota.

Porque si alguien del otro lado del mundo puede leer estas líneas que escribo desde el ordenador de mi casa exponiendo mi visión de la globalización, es gracias a la globalización misma.
Y si ese alguien puede comentar este post diciendo que soy un capitalista prosistema indocumentado... por un momento me gustará menos la globalización, pero para reconciliarme con ella, haré que se entere de que no es más que un paleto de manual.