martes, 30 de diciembre de 2008

¿Amores? Platónicos


Son los que nunca mueren, a los que nunca fallas, los que renacen cuando quieras, los que alimentan tu orgullo, los que se alimentan de nada, los que no piden, los que no dan, con los que puedes ser quien quieras ser, los compatibles con tu vida, los que te rescatan de la realidad, los que acrecientan tu ego, los que no pueden salir mal... en los que pienso caer hasta el fin de mis días.
No es resentimiento, es supervivencia.
Mi próximo amor:

[...]
En lo que se refiere a vuestra merced y a mí, han pasado mucho tiempo y muchas cosas desde nuestro último encuentro, del que recuerdo cada momento y cada detalle como espero lo recordaréis vos. He crecido por dentro y por fuera, y deseo contrastar de cerca tales cambios; así que confío sobremanera en encontraros cara a cara en día no lejano, cuando este tiempo de inconvenientes, viajes y distancias solo sea memoria.
Aunque ya me conocéis: sé esperar. Mientras tanto, si aún albergáis hacia mí los sentimientos que os conocí, exijo una carta inmediata de vuestro puño y letra asegurándome que el tiempo, la distancia y las mujeres de Italia o Levante no os han borrado la huella de mis manos, mis labios y mi puñal. De lo contrario, maldito seáis, porque os desearé los peores males del mundo, cadenas en Argel, remo de galeote y empalamientos turcos incluidos. Pero si permanecéis fiel a la que se alegra de no haberos matado todavía, juro recompensaros con tormentos y felicidad que no imagináis siquiera.

Como podéis ver, creo que aún os amo. Pero no tengáis certeza de eso, ni de nada. Sólo podréis comprobarlo cuando estemos de nuevo cara a cara, mirándonos a los ojos. Hasta entonces, manteneos vivo y sin mutilaciones enojosas. Tengo interesantes planes para vos.

Buena suerte, soldado. Y cuando asaltéis la próxima galera turca, gritad mi nombre. Me gusta sentirme en la boca de un hombre valiente.

Vuestra

Angélica de Alquézar


- Fragmento de la carta publicada en el capítulo VII. Ver Nápoles y morir, de la primera edición de Corsarios de Levante, sexto título de Las Aventuras del Capitán Alatriste. Arturo Pérez Reverte, gracias.

martes, 2 de diciembre de 2008

El insulto: frecuencia y efectividad


El ser humano (sobre todo la subespecie carpetovetónica) utiliza las variantes ofensivas del lenguaje con mucha frecuencia, y es por ello que los insultos de siempre van perdiendo su, antaño incuestionable, esplendorosa sonoridad, efectividad, fuerza, intensidad, sentido...
Realmente, estamos matando la puta gallina de los jodidos huevos de oro.
Pero sin embargo, es de justicia reconocer que es complicado, difícil y doloroso contenerlos, y frenar la lengua cuando está a punto de soltarse sin ataduras en una salvaje libertad aniquiladora del estrés y los malos humores.
Cuanto más, cuando estamos rodeados de la mierda de congéneres que tenemos, en una sociedad que reprime los instintos violentos y en un sistema que tiene demonizada la legítima defensa del exterminio de los incapaces.
Así pues, siendo el insulto frecuente algo tan beneficioso, necesario y urgente de mantener, voy a dar un par de recetas para poder seguir insultando con tanta o más periodicidad y, a la vez, rehabilitarlos para evitar esa pérdida de efectividad.
Una es sobradamente conocida: recuperar los viejos insultos del colegio, los de niño, esos que suenan ñoños pero que con la entonación adecuada y escupidos seriamente por un adulto de quien no se esperan, de repente, vuelven a cobrar todo su sentido ofensor: Payaso (de lo peor que se le puede llamar a cualquiera, comprobado), feo, tonto, baboso... Además, pasan a ser mucho más creíbles gracias a su capacidad descriptiva. O sea que hacen más daño, vaya.
La otra ya es más sofisticada. Se trata de cambiar la formulación del insulto pero manteniendo intacto su significado. Es decir, que en vez de “me cago en tu puta madre”, que ya suena casi a fórmula de documento oficial, soltar “me voy a cagar en tu madre, esa pedazo de puta”. Se consigue así un efecto enfático que, claramente, revitaliza el concepto y provoca un raciocinio del mismo en el receptor que redunda en un mayor dolor moral.
Así, manteniendo una rotación adecuada en cuanto a la variedad de los insultos y reestructurando mínimamente su formato, podemos conseguir darles un uso continuo e intensivo si es necesario, sin que con ello tengamos que lamentar la pérdida de efectividad correspondiente.
Aún podemos salvarlos, pero hay que tomárselo en serio, ¿estamos?